Harper LeeMatar a un ruiseñor
Cuando mi padre fue admitido en el Colegio de Abogados, regresó a Maycomb y se puso aejercer su carrera. Maycomb, a unas veinte millas al este del Desembarcadero de Finch, era lacapital del condado de su mismo nombre. La oficina de Atticus en el edificio del juzgado contenía poco más que una percha para sombreros, un tablero de damas, una escupidera y un impolutoCódigo de Alabama. Sus dos primeros clientes fueron las dos últimas personas del condado deMaycomb que murieron en la horca. Atticus les había pedido con insistencia que aceptasen lagenerosidad del Estado al concederles la gracia de la vida si se declaraban culpables, confesándoseautores de un homicidio en segundo grado, pero eran dos Haverford, un nombre que en el condadode Maycomb es sinónimo de borrico. Los Haverford habían despachado al herrero más importantede Maycomb por un malentendido suscitado por la supuesta retención de una yegua. Fueron losuficiente prudentes para realizar la faena delante de tres testigos y se empeñaron en que “el hijo demala madre se lo había buscado” y que ello era defensa sobrada para cualquiera. Se obstinaron endeclararse no culpables de asesinato en primer grado, de modo que Atticus pudo hacer poca cosa por sus clientes, excepto estar presente cuando los ejecutaron, ocasión que señaló, probablemente,el comienzo de la profunda antipatía que sentía mi padre por el cultivo del Derecho Criminal.Durante los primeros cinco años en Maycomb, Atticus practicó más que nada la economía;luego, por espacio de otros varios años empleó sus ingresos en la educación de su hermano. JohnHale Finch tenía diez años menos que mi padre, y decidió estudiar Medicina en una época en queno valía la pena cultivar algodón. Pero en seguida que tuvo a tío Jack bien encauzado, Atticuscosechó unos ingresos razonables del ejercicio de la abogacía. Le gustaba Maycomb, había nacido yse había criado en aquel condado; conocía a sus conciudadanos, y gracias a la laboriosidad deSimon Finch, Atticus estaba emparentado por sangre o por casamiento con casi todas las familias dela ciudad.Maycomb era una población antigua, pero cuando yo la conocí por primera vez era, además, una población antigua y fatigada. En los días lluviosos las calles se convertían en un barrizal rojo; lahierba crecía en las aceras, y, en la plaza, el edificio del juzgado parecía desplomarse. De todasmaneras, entonces hacía más calor; un perro negro sufría en un día de verano; unas mulas queestaban en los huesos, enganchadas a los carros Hoover, espantaban moscas a la sofocante sombrade las encinas de la plaza. A las nueve de la mañana, los cuellos duros de los hombres perdían sutersura. Las damas se bañaban antes del mediodía, después de la siesta de las tres... y al atardecer estaban ya como pastelillos blandos con incrustaciones de sudor y talco fino.Entonces la gente se movía despacio. Cruzaba cachazudamente la plaza, entraba y salía de lastiendas con paso calmoso, se tomaba su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa, porque no había adonde ir, nada que comprar, ni dinero conqué comprarlo, ni nada que ver fuera de los limites del condado de Maycomb. Sin embargo, era unaépoca de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le dijo que no había detemer a nada, más que a si mismo.Vivíamos en la mayor calle residencial de la población, Aticcus, Jem y yo, además de Calpurnia,nuestra cocinera. Jem y yo hallábamos a nuestro padre plenamente satisfactorio: jugaba connosotros, nos leía y nos trataba con un despego cortés.Calpurnia, en cambio, era otra cosa distinta. Era toda ángulos y huesos, miope y bizca; tenía lamano ancha como un madero de cama, y dos veces más dura. Siempre me ordenaba que saliera dela cocina, y me preguntaba por qué no podía portarme tan bien como Jem, aun sabiendo que él eramayor, y me llamaba cuando yo no estaba dispuesta a volver a casa. Nuestras batallas resultabanépicas y con un solo final. Calpurnia vencía siempre, principalmente porque Atticus siempre se
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